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Channel: EL OMEGA: el fin de todas las cosas
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CONTRA-TIEMPOS (9)

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El pequeño Quique Fuentes siempre había sido un niño muy extraño. Así lo comentaban, entre cuchicheos mal intencionados, los vecinos de Villa Ruiz Díaz, el pueblo en el cual vivía. No era amigo de ningún otro chico, gustaba de jugar solo, tenía muy malas notas en el colegio...

Y sobre todo era un gran mentiroso.

Continuamente estaba inventando alguna historia inverosímil y sus muchas mentiras tenían agotada la paciencia de todos los que trataban con él.

La cuchicheante vecindad también sabía el porque de tan particular comportamiento. Su madre, que había cometido el imperdonable pecado de tenerlo aun siendo soltera, era una mujer que se dedicaba frecuentemente a la bebida y a traer hombres desconocidos a su casa. Muchas veces, sin motivo alguno, castigaba duramente a Quique.

La cuchicheante vecindad comentaba que no lo quería.

Esa tarde de verano, gran parte de los habitantes del pueblo observaron, desde sus ventanas y jardines, al pequeño corriendo alocadamente por la calle principal. Algunos vecinos lo vieron entrar en la humilde casa en donde vivía y se preguntaron que le estaría pasando esta vez.

-¡Bah!- Comentó desdeñosa Doña Clotilde, mientras sacudía con inusitada vehemencia una alfombra con una intrincada tracería de hojas y flores- Seguramente debe andar en las pavadas de siempre.

-¡También, con la madre que tiene!- Acotó escandalizada Doña Leonora, sin dejar de mirar hacia la casa del niño- ¡Una perdida!... no como la suya, que tiene un modelo de hijo.

-Si, estoy muy orgullosa de mi nietito. Es todo diez en el colegio. Aunque a veces me da miedo las cosas que les cuenta ese Quique. Hay veces que hasta parece creer en lo que ese mentiroso le dice.

-Yo que su hija hablaría con la madre. Aunque con esa mujer... quien sabe Doña Clotilde- Suspiró, como si estuviera resignada por el destino de quien estaba criticando- ¡Esa mujer es una perdida!... ¡Una perdida!


***

-¡Mamá! ¡Mamá!- Gritó Quique, con la voz entrecortada por la agitación y el cansancio- ¡Ya llegó! ¡Ya llegó!

-¿Quién?- Preguntó Alicia, su madre, sin siquiera mirarlo. Sobre la mesa había una botella medio llena de vino.

-¡Altair! ¡Ya llegó por fin!- El rostro de Quique evidenciaba una alegría sin límites.

-¿Altair?- Su madre por fin se dio vuelta y lo miró con dureza. Su voz sonaba confusa, lo que confirmaba que había estado bebiendo en forma copiosa- ¿De que me estás hablando?

-¿No te acordás?... era ese señor brillante que se me aparecía en sueños y que me decía: “Esperáme Quique, pronto estaré allí”. Hoy lo vi en los montes, hacia el lado de San Blas. Bajó de una esfera de luz naranja y...

Una sonora cachetada interrumpió las atropelladas palabras del pequeño.

-¡Ya te dije mil veces que no vuelvas a decir mentiras! ¡Sos una verdadera vergüenza para mí y todos los vecinos! ¡Es hora que la terminés con esas estupideces que siempre estás inventando!

-Pero Má, yo...- Trató de defenderse Quique, mientras se acariciaba el dolorido rostro.

-¡Te callás o vuelvo a darte otro cachetada! ¡No quiero escuchar una mentira más! ¿No te das cuenta que tenés asustados a todos los chicos del pueblo con esas historias estúpidas? El otro día, varias madres vinieron a decirme que sus hijos habían comenzado a fantasear sobre ese asunto y ya estoy cansada con el tema del Altair ese. ¡Así que ahora andate a la cama sin comer y ni se te ocurra salir del cuarto sin mi permiso!

Con lágrimas en los ojos, Quique se retiró, dejando a Alicia con sus inseguridades y su botella de vino. En su inocencia, no podía comprender el porque de los frecuentes ataques de ira de su mamá y por eso sufría mucho, tanto física como espiritualmente.

Porque lo que había contado era la más pura de las verdades, dijeran lo que dijeran los vecinos y su mamá. Él había visto al extraño personaje envuelto en una luz naranja, tanto en sus sueños como esa misma tarde en los montes. Si, el había visto llegar desde los cielos a la extraña esfera luminosa.

-“¡Altair es mi único amigo!”

Las lágrimas de pesar dejaron de rodar por sus mejillas y finalmente sonrió. Recordó nuevamente las dulces palabras que había escuchado en su cabeza...


***

-Son huellas muy extrañas... –Dijo el comisario Rivera, mientras observaba el suelo, en donde se veían los pastos quemados y la tierra removida- No sé que opinar al respecto.

-Parece que hubieran sido hechas por algo muy pesado- Agregó a su lado el estanciero Arias, algo inseguro- Al principio creí que eran huellas de cuatreros, pero ahora...

-¿Pudo ver u oír algo más?- Preguntó Rivera, comenzando a subir por la empinada cuesta hacia su camioneta. Sintió que los años comenzaban a agitar su voz, ante el más mínimo esfuerzo. Se recordó que debía cuidarse más con la comida y bajar de peso.

-Me pareció escuchar una especie de zumbido muy fuerte, como el de un enjambre de abejas furiosas. Unos minutos más tarde, cuando me acerqué a investigar que era lo que había pasado, vi al hijo de Alicia Fuentes subiendo por el lado opuesto de la hondonada. Lo llamé, pero no pareció escucharme.

-La verdad es que todo esto es muy raro Arias. Mañana voy a verlo al Quique, en una de esas puedo averiguar si vio algo. Aunque ese chico...


***

Quique se hallaba semidormido en su cama, cuando recibió un nuevo mensaje de su misterioso amigo:-

“Querido hermanito. Me gustaría mucho saber si ya tomaste alguna decisión ¿Vas a venir conmigo a Altair?”

El pequeño permaneció unos instantes en silencio, como sopesando la difícil decisión que debía tomar. Finalmente dijo:-

-Si, esta noche, en los montes.


Por fin la noche llegó, cargada con los deliciosos aromas y sonidos que la caracterizaban. Sin ser escuchado por su madre, que en esos momentos dormía en el cuarto contiguo, el pequeño se vistió con su vaquero favorito y una remera azul oscuro. 
En una pequeña mochila guardó algunos de sus juguetes más queridos, tres pares de medias limpias y un alfajor de chocolate (“Por si el viaje es largo”). Finalmente salió por la ventana de su cuarto, hacia un sendero de tierra que lo alejaría del pueblo sin ser observado por alguna mirada indiscreta.

Con pasos inseguros, caminó un trecho por el pedregoso camino. Al poco de iniciar la marcha, se detuvo y se dio media vuelta. La oscura casa lo despidió con un silencio. Un rayo de luna pareció jugar con las lágrimas que volvían a surcar su rostro.

Se dirigió a los montes sin volver la mirada hacia atrás.


***

-Marcela... ¿Viste esa luz?- Dijo Ricardo, mientras soltaba a su novia y señalaba hacia el cielo.

-¿Cuál?- Preguntó la muchacha, mientras se separaba acalorada y escudriñaba hacia la estrellada noche- Yo no veo nada...

-Era como una esfera de luz color naranja que parecía pulsar. Se estaba dirigiendo hacia el lado de San Blas...

-¡Bah! Seguro que son imaginaciones tuyas- Contestó desdeñosa Marcela, mientras volvía a abrazarlo- y eso no es precisamente lo que más me interesa de vos...

-Si, quizá sea solo eso... mi imaginación- Murmuró, inseguro, el joven.

Y continuó besando apasionadamente a su novia, sin darle más importancia al asunto.


***

-No estoy muy seguro de irme con vos... mi mamá- Objetó un preocupado Quique, mientras observaba embelesado la pulsante luz naranja, de la que emanaba una dulce calidez.

“No tienes nada que temer, pequeño amigo, habló en sus pensamientos una voz delicadamente musical, Podrás volver dentro de algunos años y serás más sabio y bueno que todo aquellos a los cuales conociste y te despreciaron. Ven a Altair”.

Ante ese melodioso llamado, Quique ya no dudó más. Sin temor alguno, se dirigió hacia la fluctuante e iridiscente luminosidad. Sintió su cuerpo elevarse. Entre las luces creyó vislumbrar una forma.

Sonrió, al sentirse embargado por una felicidad nunca imaginada y un gran amor por quienes habían venido en su busca. Creyó ver un rostro amable...

“Tan joven. Tan tierno. Tan dulce”. Cantó una helada voz en su cabeza, mientras algo parecido a unos tentáculos luminosos, llenos de excrecencias purulentas y agudas espinas, desgarraban la carne, los huesos y el espíritu del inocente niño.

Quique no tuvo tiempo de emitir un chillido de terror. Ni tan siquiera el poder recordar por última vez el rostro de su madre.


***

Alicia se despertó sobresaltada, pues había soñado con su hijo. Aun embotada por el sueño y la bebida, se dirigió con rapidez hacia la habitación del pequeño. Su cuerpo semidesnudo apenas si reparó en el fresco viento que soplaba por el pasillo. Sentía que la prisa la empujaba con una fuerza insospechada.

Quique no se hallaba en su cuarto.

Muy asustada, recordó las extrañas historias contadas por su hijo y que ella, en su necedad, había atribuido a una febril imaginación infantil. Casi sin pensarlo, se dirigió hacia la ventana y miró en dirección a los montes cercanos.

Una luz esférica, de un intenso y pulsante color naranja, se alejaba a gran velocidad hacia los cielos, desapareciendo entre las estrellas.

Alicia lloró. Lloró por su hijo... y por ella misma, al darse cuenta de cuanto lo amaba. Pero, a pesar de las lágrimas de profundo dolor, pronto comprendió que Quique seguramente viviría mejor entre ellos. Su corazón de madre, que al fin lo era, le decía que sabría de él mucho antes de lo que imaginaba.

La mujer se quedó sentada frente a la ventana, hasta que las primeras luces del alba fueron asomándose en el horizonte, en un caleidoscopio de fascinantes colores que anunciaban un caluroso día de verano. Por fin Alicia ya no sintió más miedo.
El verdadero horror llegaría ya bien entrada la mañana, cuando fueron descubiertos, en la zona de los montes, los cadáveres mutilados y semidevorados de más de veinte niños del pueblo. 

La policía realizó exhaustivas investigaciones sobre la tragedia, que enlutó a Villa Ruiz Días. Se siguieron varias pistas y se realizaron numerosos arrestos, entre ellos la madre de Quique...

Por ese entonces la misteriosa luz color naranja se hallaba lejos. Muy lejos.

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